jueves, 6 de junio de 2013

El Kitsch o la caridad hermenéutica

En un libro de Martin Filler (La arquitectura moderna y sus creadores: De Frank Lloyd Wright a Frank Gehry) se pone como ejemplo de icono kitsch el colocar en la mesilla un despertador que fuera la estatua de la libertad solo que obviamente reducida a escala. La cuestión es que en ese contexto, nos dirá, adaptado a esas circunstancias y por tanto perdidas sus formas monumentarias; el objeto carece de todo esplendor estético y su cita, su colocación en el dormitorio; es un gesto naif y pretencioso, en absoluto regido por efectiva intencionalidad alguna. Postureo en suma.

La Arquitectura, sin ir más lejos, acostumbra a esas traslaciones absurdas como un famoso edificio que imita la forma y geometría de un piano y un violín y que se llega a bautizar, cómo no, The Piano House. Un conservatorio cuya literal mímesis desoye cualquier tipo de funcionalidad o estrategia complementaria, quiero decir, las autistas formas exteriores emulan al piano y al violín a despecho de las consecuencias que esto supondrá luego ya dentro, en el diseño interior o incluso afuera, en su simbiósis disonante con el exterior, el ambiente. Esta provinciana necedad ecológica es lo sintomático del kitsch, una cháchara que desoye el contexto. Casos menos esculturales, más elementales pero por lo mismo más ubicuos, son las contraindicaciones narrativas, igualmente sordas, idénticamente disonantes, y hablo de establecer un pasadizo dentro de un restaurante o un bar, y juro que lo he visto, esto es, adentrarse en él, en convencimiento de estar dirigiéndose a los baños, y acabar que al final del pasillo, cuando finalmente las sombras terminan desveladas, un cartel bien grande, han tenido que poner un cartel bien grande, avisando que no, que aquellos no son los servicios, y miras alrededor y, efectivamente, hay puertas hacia otras habitaciones pero son privadas, es decir, los wateres están, claro, claro los hay, y tienen también el mismo pasillo de obertura pero están situados al final, a un lado, del restaurante o del bar. Esto como digo, esta torpeza, este abrupto narrativo, lo he visto no una ni dos veces. El arquitecto que confunde así al personal, siempre me digo, me parece un idiota que no entiende que existe una narración, por así decirlo, que insinua y dirige a un habitante, que tiene que insinuar y dirigir, a un usuario de su edificio, y que si lo confunde con citas kitsch o directamente se salta los puntos focales necesarios para el encuentro; es como si una persona decidamente dejara de comunicarse y acabara degradado en ruidos y gruñidos de nula acción comunicativa. 

Ese lujo autista jamás puede permítirselo un creativo que debe pedir, para que se pueda leer su obra, un nuevo juego de lenguaje, es decir, un proceso comunicativo; y al contrario de un mensaje compacto y preestablecido que, éste sí, se puede permitir cierta ceguera respecto al proceso indagativo del lector. Similar a otro asunto harto veces discutido con gente, y aparentemente trivial, esto es, las americanas, y hablo de cuando se discute sobre si abotonadas o no, pues bien, por pura lógica, si un modista diseña y confecciona una americana, una chaqueta, cualquier prenda, con un botón no pensado para ser abotonado, por fuerza, ese botón sobra, no tiene ningún sentido más allá del postureo (pseudo)estético y es todavía más peligroso que inutil, porque despista, rompe la comunicación, por lo tanto, y lo que llevo tratando de demostrar tiempo ha, es totalmente kitsch. El mismo Chejov establecía que si nada más comenzar un relato aparecía descrita reseñada una escopeta entonces ésta tendría que dispararse, pues de lo contrario, aunque esto no lo decía, la mención a tal escopeta era un comentario kitsch. Al afirmar esto, el escritor ruso estaba contorneando la definición de kitsch, por otro lado inevitable en ocasiones, y ésta es, la incomunicabilidad, la esterilidad comunicativa, el atentado a la caridad hermenéutica, sin la cual, y he aquí el problema, no hay proceso cognitivo, experiencia estética.

2 comentarios:

Chofer fantasma dijo...

Asi como escuche que la ironía es la marca de la posmodernidad, tengo la impresion que el kitsch tiene una intención de broma de entrecasa entre cognoscenti.
O sea, la ausencia de intencion comunicativa sería mas bien algo así como "mira que bromista que soy, que tengo una estatua de la libertad de quince centímetros que me despierta por las mañanas"

Héctor Meda dijo...

Sí, tengo oído de muchos autores, por ejemplo Almodóvar (dicen, insito), que utilizan el kitsch como gesto irónico, deliberadamente disonante para justamente enfatizar el carácter comunicativo necesario en una obra. Aquí importa mucho la verdadera intencionalidad del autor, claro. Se puede ver, por decir un caso célebre, la película Plan 9 from Outer Space desde el punto de vista serio, pretendido por su director Ed Wood, y darse uno cuenta entonces de cuán kitsch es la obra; o considerar esos fallos desde un punto de vista irónico y tomar la peli como una gran broma disfrutándola ahora que es lo que se hace hoy día, por cierto.