martes, 23 de abril de 2013

Las metáforas cruzadas en Shakespeare

(Nota introductoria: Me gustaría mantener en este blog la tradición de una visita, al menos anual, en torno a Shakespeare y para ello, buena idea sería aprovechar su cumpleaniversario en Abril. Desgraciadamente, llegado el día aún tenía lecturas por terminar así que tuve que aplazar las relecturas, por extensión esta reseña a modo de conclusión, hasta el día de hoy. Más vale tarde que nunca, espero. La relectura fue tramposa, ojo, fue más bien una antología de monólogos, titulado Jardín Circunmurado, que sin embargo me sirvió para percibir la evolución cronológica del Bardo en la composición de monólogos.)

Cuando se tiene pareja, y aún con todo lo bien que te lleves con ella, sientes cierta desazón, casi disonancia cognitiva, si ves que ésta no se lleva bien con tus amigos íntimos. Es una frustrada sensación que similarmente siento, por sorprendente que suene, cada vez que recuerdo que a Wittgenstein no le gustaba Shakespeare. Esto es particularmente sorprendente si se tiene en cuenta, cmoo yo así lo juzgo, que desde Platón, ningún filósofo ha tenido mayores facultades imaginativas, nadie ha sido capaz de elaborar de una forma tan plástica y sistemática metáforas y experimentos mentales como lo había hecho Wittgenstein, y si se piensa en Borges a modo de bisagra, se entenderá lo fácil y transitable que es el camino que va del Gedankenexperiment a la ficción, un camino, cierto es, no tan evidente pero sí mucho más efectivo, transversal, que aquel asfaltan los escritores filósofos como Sartre o Camus quienes a la postre, empero, no usaban la ficción, y así lo confesaban, sino como medio para ilustrar un didactismo moral, o sea, ni como filosofía ni como literatura de altos vuelos y no hablemos ya, por favor, de casos más sangrantes como el del nobelizado Bertrand Russell, apenas interesante nomás que para lectores noveles que gustan cazar ideas con un vocabulario domesticado y una sintáxis desbrozada. Pero nada. No le gustaba. Abuso de las metáforas mixtas, se quejaba el vienés. Leer detenidamente los monólogos shakesperianos da cuenta de esa verdadera manía, desde luego, aunque leer también de forma cronológica y selectiva sus monólogos, además, da cuenta de la efectividad expresiva de tal tecnología constructiva.
Cuando, si mal no recuerdo, en un libro de Phillip Ball se comentaba un modelo científico muy particular en donde las ciudades podían entenderse en su avance demográfico al crecimiento del moho; el autor no puede dejar de apuntalar el escepticismo del lector comentando que, efectivamente, la analogía parece salida del chispazo fortuito de un novelista imaginativo pero que, en este caso, es algo más que wishful thinking y de hecho esa metáfora es todo un modelo científico. Esto significará, claro, que sea cual sea el caso, todo lo que es predicable del moho, lo será también de la demografía de una ciudad, o sea, la anología es bidireccional e intercambiable, la relación es rígida, no se rompe bajo ningún contexto, y de ahí que sea un modelo científico y no una analogía literaria.

Esta última, por el contrario, es una comparación que nomás sirve a modo de escalera desechable (Wittgenstein dixit) para entender una experiencia en función de la otra pero que no puede ser usada otra vez esa pasarela bajo otro contexto o marco expositivo que aquel texto donde fue usada primordialmente. Una alegoría que se descifra o una fábula que concluye moraleja, son analogías literarias que, analogamente, son fungibles, esto es, una vez exprimida la moraleja de una fábula, por caso, uno puede desechar la cáscara de la ficción y recordar ya solo la conclusión extraída de ella. Y otro tanto con una alegoría, claro, es decir, una vez descifrada, ya no hará falta leerla en código otra vez, salvo caso de nece(si)dad masoquista.
Las sátiras a veces no distan mucho de esta realidad, son lo mismo de hecho y si te fijas bien, es decir, suele ser el caso cuando se practica la poética del extrañamiento para señalarte sencillamente que todo ese precio y valoración desorbitada que estás pagando por algo, bajo otro marco expositivo, no sucedería igual, no serías embaucado. Hay un chiste que lo ilustra muy bien:
- Señorita, ¿me cobra por favor la proyección de personalidad y aceptación social que imprime su encalada terraza chill-out y el vaso de agua?
 Se tiene un ejemplo en un texto de Woody Allen en donde se da en imaginar cómo hubiera sido el intercambio epistolar entre Van Gogh y Gaugin de ser estos no unos inveterados pintores románticos sino unos dentistas aunque igualmente con ínfulas de inmortalidad. La cuestión es que, y otra vez, aquí se aprende mucho y bien de los artistas, desde la pasarela que va de los dentistas a los artistas pero, y la gracia surrealista concedo que está ahí, nada se aprende de unos dentistas que obviamente no se comportan así. Al contrario que una fábula o una rebuscada alegoría, ciertamente se puede volver a leer la historia una vez descifrada aunque solo sea por haber olvidado los cómicos detalles concretos del cifrado satírico, no por mucho más.
Si uno se imagina a un sopero con iguales pretensiones artísticas; no se está muy alejado de la analogía desechable recién reseñada, de la pasarela fungible de la sátira intrascendental, porque se puede iluminar el operar de un artista desde el cocinar de un sopero pero no al revés o no gran cosa al revés, ahora, si a este artista de la sopa lo imaginamos con tics totalitarios, sufriendo por la recepción de su obra, exigiendo devoción cuasirreligiosa a la misma, con una audiencia que ovejunamente se comporta así a partes iguales por admiración a su obra, por miedo a su persona, por miedo a ser el único excluido de su obra; entonces, ahora sí, los términos comparados empiezan a ser bidireccionales, mutuamente fertilizados. Claro que sin terminar de ser un modelo científico pues la analogía no es rigída y homogeneamente idéntica sino que sólo es usable en determinados contextos en donde notamos el parecido de familia. Lo relevante, en cualquier caso, es que ahora la analogía no es desechable, no se debe quemar el puente una vez transitado pero porque vamos a ir de un lado al otro explorando las consecuencias totalitarias del artista sopero y las ensoñaciones artísticas del nazi sopero y es en ese tránsito, no en una parada concreta, desde donde podemos decir que estamos viendo al personaje. Por esto es que se puede decir que el Sopero Nazi de Seinfeld es una gran creación artística, un personaje memorable, y aún sin una interioridad shakesperiana, cierto, y aún sin ser un personaje redondo de quien tenemos abundante información mundana pero porque es, por decirlo en las palabras de Carola Barbero, un objeto de orden elevado, es decir, que "depende genéricamente (y no rígidamente) de sus elementos y relaciones constitutivos, significando genéricamente que necesita de algunos elementos formados de una manera específica para ser el objeto que es, pero que no necesita exactamente esos elementos específicos", o sea, lo que resulta crucial para el reconocimiento del objeto, como afirma textualmente Umberto Eco, es que mantiene una Gestalt, una relación constante entre sus elementos, aunque esos elementos ya no fuesen los mismos.
Pero no quisiera terminar hablando de gestalts de gruesa granularidad, quisiera volver a las metáforas y analogías microestructurales. Lakoff las distingue muy adecuadamente, y a pesar de detestar las taxonomías, en esta ocasión ciertamente hay una clasificación que merece antender, ésta es, existen metáforas que consisten en una única imagen, por caso, "una discusión es una batalla", desde ahí, en consecuencia, multitudes de metáforas, desde "Mi argumento lo dejó sin defensa alguna" hasta "El me dijo X, pero yo le contraataqué con Y", se dejan aglomerar en esa única y constelar imagen de la discusión como una guerra, ahora bien, también existen otras constelaciones metáforas que hacen priming de nuestra experiencia de la discusión y que pueden ser el considerar la discusión como un viaje ("Hablaba mucho pero no llegaba al meollo de la cuestión") o la discusión como un recipiente ("Sus argumentos están vacíos de cualquier rigor") o un largo etcétera, pues bien, nos dirá Lakoff, en este caso, las metáforas de una u otra subcategoría ciertamente no se dejan aglomerar en una sola imagen, no son metáforas consistentes, no consisten en una imagen idéntica entre sí, pero sí son metáforas coherentes, coherentes entre sí, se entiende, es decir, el asumir por ciertas unas metáforas de un grupo, no implicará la falsedad de las metáforas del otro grupo. No solo eso, existen mecanismos para modular, y hasta en una misma expresión, la constelación o espacio connotativo de unas metáforas u otras vía metáforas mixtas, y así podemos decir en una frase, por caso, "El contenido del argumento procede como sigue" o "Me molesta el curso vacío de su argumento", y estar entonces usando simultáneamente la constelación "una discusión es un viaje" y "una discusión es un recipiente".
Si como dice Lakoff, una metáfora implica en el fondo entender una experiencia en función de la otra, el poder aglomerar espacios metafóricos en principio inconsistentes, constituye toda una libertad expresiva que sería mejor no desdeñar. La metáfora mixta permite aglomerar metáforas consistentes de modo similar a un horóscopo que junta constelaciones, es decir, es una tecnología constructiva de gestalts, es una gestalt de otras gestalts.
Vuelvo al anidamiento de experiencias por concretar algo más y asegurarme que se liquidan tus dudas y no te quedas flotando en gruesas abstracciones. Nada hay de novedoso en desear que alguien puede resistir firme las inclemencias de la vida, ni siquiera expresarlo así, de esta forma metafórica. Nada hay tampoco nada de novedoso en desear que alguien se constituya en salvífico referente. Lo sorprendente es haber encontrado un pasadizo a estas dos experiencias y hacerlo a través de una misma imagen como Shakespeare nos muestra en Coriolano al bendecir a alguien deseándole que "emerjas en la vida [guerra] como un faro que resiste a pie firme el temporal Y salva a todo aquel que lo divisa". En este caso, lo que facilita la transición tonal es una misma imagen, el faro.

Pero pronto aprenderá el Bardo (aunque ésta causalmente sea una metáfora perteneciente a su obra tardía) que desmenuzando las imagenes en metáforas mixtas conseguía ampliar el espacio interactivo de las experiencias y no tener que recurrir al mucho más reducido campo de las metáforas consistentes, y de ahí que se note una evolución del Shakespeare primerizo, tendente a las alegorías animistas;
RICARDO III - La guerra ya no fruce más su ceño y, en lugar de montar sobre corceles con los que intimidaba al enemigo, hoy hace contorsiones en alcobas mientras suenan lascivos los laudeles.
al Shakespeare, ya maduro, experto caracterizador, metáforas mixtas mediante.
MACBETH - ¡Casi he olvidado el sabor del miedo! Hubo un tiempo en que un grito nocturno helaba mis sentidos y en el que el relato de un suceso pavoroso erizaba mis cabellos que se estremecían como si los animara la vida. ¡Me he saciado de horrores! La desolación, familiar a mis pensamientos de muerte, no me produce ya emoción alguna..

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