lunes, 11 de febrero de 2013

De la personalidad dramatizada (pongamos de Sócrates) como una (posible de entre muchas) estructura de datos

Con Martin ya metido en el escáner, se fue a su despacho para seguir el inicio de la recopilación.

Las sesiones con Javeed [su hijo] eran cruciales pero estaban lejos de aportar los suficientes datos. Incluso estas interacciones con su hijo dependían de una circuitería neuronal que no era fácil de aislar al mismo tiempo que se desarrollaban los acontecimientos; para que el Sustituto tuviera la mínima oportunidad de afrontar una década de encuentros futuros, la imitación precisaba tener una base mucho más amplia.

Así que cuando Martin estaba solo, Nasim le introducía un aluvió de palabras, imágenes y microsituaciones para explorar zonas a las que una versión del Shahnameh para niños nunca podría llegar. Preparar horas de estímulos a medida cada semana habría sido una tarea inabordable, pero Nasim había instalado un proceso automatizado de retroalimentación que arrancaba con unas imágenes no del todo aleatorias, para luego centrarse en el material que activaba las regiones que había que cartografíar con más detalle, iluminando los rincones más recónditos que el Sustituto iba a necesitar para extraer indiciones adcionales. El proceso no incluía nada tan tosco y literal como un cuestionario sobre los valores y las opiniones de Martin, o unos ensayos de de conversaciones imaginarias con un Javeed mayor. Por muchi que hubiera intentado responder con sinceridad, habría hecho falta un autocontrol sobrehumano para mostrarse natural en esas condiciones. Si hubiese querido dejarle un mensaje de vídeo a su hijo para un futuro cumpleaños; el objetivo del proceso de imitación era llegar más hondo. La mejor forma de hacerlo era abordarlo fragmento a fragmento, estudiar el paisaje mental de Martin con la mayor granularidad posible antes de recrearlo en las respuestas del Sustituto.

[Zendegi, Greg Egan]

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