jueves, 3 de enero de 2013

La consciencia (des)centralizada

De todas maneras, el principio básico de la división que utilizó Descartes ya no parece tan admisible como lo era en su época. Ya no es útil ni exacto definir la materia común como aquello que tiene extensión en el espacio. Los electrones, por ejemplo, son trocitos de materia, pero las mejores teorías actuales los describen como partículas puntuales sin ningún tipo de extensión (inclusive carecen de una determinada posición espacial). Y, de acuerdo con la teoría de gravitación de Einstein, un astro completo se puede encontrar en esta misma situación si se ve sometido a un colapso gravitacional total. Si verdaderamente existe una división entre la mente y el cuerpo, parece que Descartes no pudo localizar la línea divisoria
[Materia y conciencia, Paul M. Churchland]

"La exigencia de unos átomos de sentimiento -escribió James- me parece una elucubración, una metáfora ilegítima. Racionalmente, vemos qué tipo de perplejidades acarrea, y, empíricamente, ningún hecho lo sugiere, pues el verdadero contenido de nuestras mentes son siempre representación de algún tipo de conjunto".

"Conjunto" es la palabra clave aquí. Como escribiera Whitman treinta años antes: "No haré poemas con referencias a las partes / Sino que haré poemas con referencias al conjunto". Cuando James realizó una introspección más profunda, se dio cuenta de que la poesía de Whitman revelaba una verdad esencial; a saber, que nuestros sentimientos surgen de las interacciones entre el cerebro y el cuerpo, no de un solo lugar en uno de ellos. (...) Por ejemplo, si nos encontramos con un oso en medio del bosque, "¿qué clase de emoción, de miedo, nos quedaría [después de ver al oso] si no estuviera presente la sensación del corazón que late aceleradamente, de la respiración entrecortada, de los labios temblorosos, de las extremidades debilitadas, de la piel de gallina o de los movimientos de las vísceras?". La respuesta de James no puede ser más sencilla: sin el cuerpo no hay miedo, pues la emoción comienza en tanto que percepción de un cambio corporal. Cuando se trata del drama de los sentimientos, nuestra carne es el escenario.

(...) Así como el miedo no puede abstraerse de sus manifestaciones carnales, tampoco puede separarse de la mente, que dota significado a la carne del cuerpo. En consecuencia, la ciencia no puede definir el sentimieno sin tener también en cuenta la conciencia, eso sobre lo que versa el sentimiento. "Que a esta visión no se la llame materialista", advierte James a sus lectores.

[Proust y la neurociencia, Jonah Lehrer] 

Cuando reconocemos el papel crucial del entorno a la hora de constreñir la evolución, vemos que la cognición extendida es un proceso cognitivo central, no una añadidura.

Una analogía puede resultar útil. La extraordinaria eficacia del pez como ingenio nadador depende en parte, según parece, de una capacidad evolutiva para acoplar su conducta natatoria a las reservas de energía cinética externa que hay en los giros, remolinos y vórtices de su entorno acuático (...). Entre los vórtices se incluyen tanto los que ocurren naturalmente (cuando el agua rompe contra una roca) como los que son autoinducidos (por el oportuno movimiento de la cola). El pez nada al incorporar procesos externos como estos al núcleo de sus rutinas locomotrices. Conjuntamente, el pez y los vórtices de su entorno constituyen una máquina natatoria unificada y muy eficiente.

Considérese ahora un aspecto fiable del entorno humano, el mar de palabras. El entorno lingüístico nos rodea desde la cuna. En esas condiciones, el plástico cerebro humano seguramente acabará tratando esas estructuras como un recurso fiable que contribuye a moldear rutinas cognitivas internas. Mientras que el pez mueve la cola para crear los remolinos y vórtices de los que se aprovecha a continuación, nosotros intervenimos en múltiples medios lingüísticos, creando estructuras y cambios en el entorno cuya presencia fiable guía procesos internos ya en marcha. Así, las palabras y los símbolos externos tienen una importancia crucial entre los vórtices cognitivos que ayudan a crear el pensamiento humano.

[La mente extendida, Andy Clark & David Chalmers]

La identidad centraliza: insiste en una esencia, un punto. Cuanto más poderosa es la identidad más aprisiona, más se resiste a la expansión, a la interpretación, la renovación y la contradicción. La identidad se convierte en algo así como un faro: fijo, excesivamente determinado, sólo puede cambiar su posición o la pauta que emite a costa de desestabilizar la navegación (...).
[La ciudad genérica, Rem Koolhaas]

Estudiar la vía de Buda es estudiar tu propio yo. Estudiar tu propio yo es olvidar tu propio yo. Olvidar tu propio yo es permitir que el mundo objetivo prevalezca en ti.
[Comentario atribuido a Dogen, maestro zen del siglo XIII]

2 comentarios:

Lorena dijo...

Hace poco leí unos capítulos del libro de Sennet "La corrosión del carácter" que tiene que ver con la descentralización de la que vos hablas, en particular, sobre la identidad. Las condiciones de vida actuales no nos permiten adoptar un relato único y sin fisuras, para la constitución de nuestra identidad, y al contrario, debemos construirla con fragmentos y retazos que difícilmente tengan un sentido definido como en otras épocas.

Héctor Meda dijo...

Efectivamente, también las pautas laborales modernas han aprendido a ser más genéricas y adversas a la rutina y el tedio, lo cual, es cierto, espanta la monotonía pero también alimenta un pulso desmembrador de la existencia que, así proyectada, a veces resulta demasiado incierta, quiero decir, ¿cuántos nos creemos hoy día repetiendo el mismo trabajo de aquí a taitantos años vista? Muy pocos somos, podemos ser hoy día, tan optimistas. Ahora bien, y por el otro lado, ¿cuántos quisiéramos ver repetidos nuestro día de hoy a lo largo de todo el restante futuro? Muy pocos, seguro además ingenuos inconscientes, escogerían una absoluta réplica a lo Groundhog day de su existir diario.

En ese pulso (des)centralizador nos movemos buscando un acomodo fijo que conjeturo imposible.