lunes, 30 de julio de 2012

Pensamiento fulmíneo, i.e, pensamiento constelar

Por otros conceptos, la solución de un problema intelectual se desenvuelve semejante a un perro que intenta salir por una puerta estrecha con un bastón cruzado en la boca: mueve la cabeza a izquierda y derecha hasta que logra pasar. Nosotros hacemos otro tanto, con la diferencia de que no obramos de modo irreflexivo; la experiencia nos ha enseñado las medidas aproximadas que debemos tomar. Incluso una inteligencia ágil, con mejor disposición y pericia que una torpe, experimenta también una sensación sorprendente cuando consigue deslizarse hasta el fin y llega al resultado de su operación; éste aparece de repente y suspende los sentidos de admiración y extrañeza al ver que los pensamientos se han sucedido y derivado por sí solos, en vez de esperar a la acción de su creador. Muchos hombres modernos llaman a eso intuición (antes fue designado con el nombre de inspiración) creyendo ver en ello algo suprapersonal. En realidad sólo se trata de algo impersonal, o sea, la afinidad y solidaridad de las ideas concentradas en un cerebro.

Cuanto mejor es el cerebro, tanta menos reflexión necesita. Por eso el raciocinio es, en tanto no haya llegado al fin, un estado deplorable, una especie de cólico de todas las circunvalaciones cerebrales (...).

El hombre sin atributos, de Robert Musil, pág.117

Aunque tenemos una sola mente, no tenemos una sola forma de decidir. Daniel Kahneman propone entender la toma humana de decisiones partiéndola en dos “sistemas” principales. El Sistema 1 es un esclavo de las emociones y actúa “rápida y automáticamente, con pequeño o ningún esfuerzo y sin el sentimiento de un control voluntario.” El Sistema 2, por contra, funciona como un agente racional que “concentra con esfuerzo la atención hacia las actividades mentales que así lo demandan, incluyendo las computaciones complejas. Las operaciones del Sistema 2 están asociadas a menudo con la experiencia subjetiva de la agencia, la elección y la concentracion.”

La mayoría de nuestros juicios diarios son obra del Sistema 1, ocurren de forma automática, intuitiva y emocionalmente, y nos permiten desenvolvernos de forma razonable en nuestra vida práctica.

Daniel Kahneman: Pensamiento rápido y lento, reseña de Eduardo Zugasti

La hiperonimia es la relación semántica que vincula a una determinada unidad léxica con otras de significado más específico por las que puede ser sustituida. Por ejemplo, el significado de embutido es más general que el de chorizo, salchichón, longaniza, sobrasada, butifarra, morcilla, etc. A estos términos más específicos se los denomina hipónimos. Entre el hiperónimo y el hipónimo se da una relación jerárquica de inclusión en la que el primero constituye el término superordinado o general y el segundo, el subordinado o específico. Todo esto se ve más claramente con un ejemplo. En (1) y (2) se comprueba cómo el hiperónimo embutido admite la sustitución por sus hipónimos en un contexto:

(...)

Los hiperónimos son de gran utilidad en lexicografía. Gran parte de las definiciones que encontramos en los diccionarios están basadas en ellos. Para definir el término específico se recurre al general, indicando acto seguido cuál es el elemento distintivo.

(...)

Desde el punto de vista de un análisis compositivo del significado, son fundamentales para comprender la relación de hiperonimia las nociones de intensión y extensión. La primera se refiere a la cantidad de rasgos semánticos que presenta un concepto, mientras que la segunda lo hace a la cantidad de realidades a las que les es aplicable un determinado concepto. Entre una y otra se da una relación inversa: a mayor intensión, menor extensión y viceversa. Ya hemos visto que ‘silla’ es ‘asiento’ y algo más. Su intensión es más rica y, en consecuencia, su extensión es menor. Lo mismo, pero a la inversa, vale para ‘asiento’. Es fácil comprobarlo: echando un vistazo a mi alrededor, en la habitación en la que estoy trabajando encuentro varios objetos a los que podríamos denominar asiento, pero solo algunos de ellos podrían ser llamados sillas. Nos topamos de nuevo con la noción de inclusión, pero esta vez a la inversa: el número de objetos ‘asiento’ incluye el de objetos ‘silla’, pero no al revés, es decir, la extensión del hiperónimo incluye la del hipónimo, mientras que la intensión del hipónimo incluye la del hiperónimo. La lingüística contemporánea, no obstante, tiende a desconfiar de este tipo de análisis y los va sustituyendo por otros más flexibles basados en prototipos o modelos para los que podemos encontrar representantes más típicos o menos típicos (por ejemplo, una silla con tres patas ¿deja de ser una silla? ¿Y una silla gigante en la que caben dos adultos?).

Visto en un post del BLOG DE LENGUA ESPAÑOLA, por Alberto Bustos

Entro al aula y veo la cátedra... ¿Qué ‘veo’? ¿Superficies marrones que se cortan en ángulo recto? No, veo otra cosa. ¿Veo acaso una caja, más exactamente, una caja pequeña colocada encima de otra más grande? De ningún modo. Yo veo la cátedra desde la que debo hablar, ustedes ven la cátedra desde la cual se les habla, en la que yo he hablado ya. En la vivencia pura no se da ningún nexo de fundamentación, como suele decirse. Esto es, no es que yo vea primero superficies marrones que se entrecortan, y que luego se me presentan como caja, después como pupitre, y más tarde como pupitre académico, como cátedra, de tal manera que yo pegara en la caja las propiedades de la cátedra como si se tratara de una etiqueta. Todo esto es una interpretación mala y tergiversada, un cambio de dirección en la pura mirada al interior de la vivencia. Yo veo la cátedra de golpe, por así decirlo; no la veo aislada, yo veo el pupitre como si fuera demasiado alto para mí. Yo veo un libro sobre el pupitre, como algo que inmediatamente me molesta (un libro, y no un número de hojas estratificadas y salpicadas de manchas negras) (GA 56/57: 71).

En la vivencia de ver la cátedra se me da algo desde un entorno inmediato. Este mundo que nos circunda... no consta de cosas con un determinado contenido de significación, de objetos a los que además se añada el que hayan de significar esto y lo otro, sino que lo significativo es lo primario, se me da inmediatamente, sin ningún rodeo intelectual que pase por la captación de una cosa. Al vivir en un mundo circundante, me encuentro siempre rodeado de significados por doquier, todo es mundano, mundea [es weltet] (GA 56/57: 72‐73).

Heidegger, en su primera lección universitaria en Friburgo, 1919

Tendemos, todos nosotros, incluso los que trabajamos en mercadotecnia, a pensar acerca del valor de dos maneras. Está el valor real, que es cuando se produce algo en una fábrica y se ofrece un servicio, y luego está un tipo de valor dudoso, que uno crea al cambiar la forma en que la gente ve las cosas. Von Mises rechazaba por completo esta distinción y utilizaba la siguiente analogía: se refería en realidad a unos extraños economistas llamados los fisiócratas franceses que creían que el único valor verdadero era lo que se extraía de la tierra. Así que si uno era un pastor, un minero o un campesino, creaba valor verdadero. Sin embargo, si uno compraba algo de lana al pastor y cobraba una prima por convertirla en un sombrero, uno en realidad no estaba creando valor, sino explotando al pastor. Von Mises decía que los economistas modernos cometían el mismo error en relación con la publicidad y la mercadotecnia. Decía que, si uno es dueño de un restaurante, no puede hacer una distinción entre el valor que se crea al cocinar la comida y el que se crea al limpiar el piso. Una de estas actividades crea, tal vez, el producto principal, lo que creemos que estamos pagando; la otra crea un contexto en el cual podemos disfrutar y apreciar el producto. Y la idea que una de ellas debería tener prioridad sobre la otra es fundamentalmente errónea. Intenten rápidamente un experimento mental.

Imagínense un restaurante que sirve comida digna de recibir estrellas Michelin, pero que en realidad huele a desagüe y tiene heces humanas en el piso. Lo mejor que se puede hacer ahí para crear valor no es mejorar aún más la calidad de la comida, sino deshacerse del olor y limpiar el piso. Y es vital que entendamos esto. Parece algo extraño e incomprensible que, en el Reino Unido, la oficina de correos tenía una tasa de éxito del 98 por ciento en las entregas del correo de primera clase al día siguiente. Decidieron que no era suficiente, que querían llegar al 99 por ciento. Al intentarlo casi llevaron al organismo a la quiebra. Si al mismo tiempo hubieran ido a preguntar a la gente: "¿Qué porcentaje del correo de primera clase se entrega al día siguiente?", la respuesta promedio, o la moda, habría sido 50 o 60 por ciento. Entonces, si la percepción es mucho peor que la realidad, ¿por qué demonios tratar de cambiar la realidad? Es como intentar mejorar la calidad de la comida en un restaurante que apesta. Lo que se necesita hacer es, primero que nada, decirle a la gente que el 98 por ciento del correo de primera clase se entrega al siguiente día. Eso es muy bueno. Yo alegaría que, en Gran Bretaña, sería un mejor marco de referencia el decirle a la gente que en el Reino Unido se entrega al día siguiente más correo de primera clase que en Alemania. Porque generalmente, si se nos quiere hacer felices a los británicos acerca de algo, solo hay que decirnos que lo hacemos mejor que los alemanes. Elijan su marco de referencia y el valor percibido y de esta forma el valor real se transforma por completo.

Rory Sutherland en una charla para el TED titulada "La perspectiva lo es todo"

4 comentarios:

Sierra dijo...

¡No me diga que también está leyendo a Musil! ¡Enhorabuena! Bienvenido al club.

Héctor Meda dijo...

Venía decididamente recomendado por Kundera, quien lo tiene entre los más grandes, y por ud., claro, quien en sus Notas y contranotas lo contrapone -en unos términos muy acertados por cierto- con Proust, no obstante, lo voy leyendo a poco pues es demasiado monumental la obra (precisamente Kundera le encuentra como único "pero" su tamaño pues hace de la obra algo demasiado vasto como para ser recordado y lo memorable le parece, y me parece, el elemento axial de la literatura), ahora, lo que me extraña es que, dado la granularidad de sus historias y personajes, vamos, el distanciamiento inespecifíco con que los presenta, y el carácter eminentemente ensayístico con el que se desarrolla de normal la novela, me extraña, repito, que le guste tanto, quiero decir, parecía una obra propicia para su desprecio...así que entiendo que su estética sigue siéndome algo misteriosa, muy precipitado mi análisis y entendimiento de la misma, se quiere decir.

Sierra dijo...

¡Jajajaja! La verdad, ni yo mismo había reparado en ello... Supongo que no se trata más bien de que, siendo mías las normas estéticas, puedo violarlas cuando se me antoja. Debo confesarle que en mi trabajo más resiente me he vuelto completamente musiliano, intercalando fragmentos ensayísticos, siguiendo una trama más bien episódica. La única explicación que puedo dar es algo así como que, cuando estés en Roma, haz como los romanos: no puedo juzgar la obra con los mismos criterios que uso para la tragedia, por ejemplo.

En cuanto a la masividad, que es decididamente un problema (como lo es también con Proust, creo), he ido solucionándolo al llenar el libro con pequeños post-its de colores. No es precisamente elegante, pero permite salvar algunas de las citas más gloriosas. Por otra parte, decididamente hay capítulos más notables que otros, sobre todo hacia el final.

Héctor Meda dijo...

A mi lo que me sorprende, no me desagrada plenamente, ojo, pero no lo escogería como norma; es lo inespecífico del relato, quiero decir, no se muestra a un personaje siendo simpático o hablando de política a favor de una determinada ideología, se dice de un personaje que es simpático o que habla a favor de una política: Musil es absolutamente antiteatral, siempre mantiene al narrador sujeto al timón como ningún novelista del s.XIX hace.