domingo, 26 de febrero de 2012

La Verdad como algo memorable

Borges en "Magias parciales del Quijote", Otras inquisiciones, 1952:

Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra "The world and the individual" (1899), ha formulado la siguiente: “Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no este registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa; que debe contener un mapa del mapa del mapa, y así hasta lo infinito.”

Ahora bien, si un mapa absolutamente preciso no puede ser útil -y otro tanto, claro, entendemos a Borges; pasa con cualquier representación-, ¿en qué sentido nuestros modelos sobre la realidad son válidos si no lo son en cuanto que absolutamente precisos?

La cuestión es que cualquier saber que manejemos es un know how, un saber-cómo, tácito, no articulable, esto es, no puede ser prescrito enteramente por ningún procedimiento verbal sino preentiende que se conoce su saber cómo, en breve, el significado es el uso; y esto, bien mirado, implica que todos nuestros saberes, nuestras teorías más deluxe, incluso, no son sino constelaciones de saber-cómos cuya compactación narrativa, su enunciado verbal, apenas tiene mayor incidencia causal que las figuras mitológicas sobre los astros, quiero decir, las constelaciones no agrupan estrellas en base a alguna esencia común a ellas sino a nuestra capacidad de darle una imagen que las amalgame de forma fulmínea, o sea, es un truco memotécnico pues, en puridad, las estrellas son elementos individuales no agrupables y eso mismo pasa también con cualquier hecho, esto es, cualquier saber articulado no es más que una agrupación memotécnica derivada de una ergonomía cognitiva que nos facilita recordar que gran parte de los saber-cómo para tratar un tema (v.gr: ir a la Luna) están ya incluidos en otros saber-cómo (v.gr: la trayectoria de un misíl) pero eso no implica, ni muchísimo menos, una esencia común a razón de una misma entidad presente en ambos, o sea, si yo salto a por la manzana de un árbol, un decir, lo haré gracias un saber-cómo idéntico al que le hacía suponer a Isaac Asimov -y bien hecho, por cierto- que los perros saben qué es la gravedad, ahora, si en vez de una manzana es una nuez, obviamente, el saber-cómo será diferente, mas muy ligeramente, no tanto como para no poder compactarlos en un saber-qué, esto es, saber saltar a por frutas.

Pues bien, según vamos enraizando nuestros saberes-cómos, know-hows, y vamos compactando las ramificaciones de éstos saberes en un saber-qué podemos incluso lograr encontrar que, básicamente, la Luna no se cae a la Tierra y las manzanas sí pero porque ambos hechos forman constelación de un mismo racimo de saberes, no obstante, dicho amalgamiento se realiza por cuestiones meramente ergonómicas toda vez que no hay manera de expresar en palabras todos los saberes-cómos que implica el pretendido saber-qué de la Gravedad newtoniona y es que todo saber-qué necesita de un saber cómo, o sea, todo saber-qué trae a la mano, pero no puede suplantar, un saber-cómo y cuando alguien se pregunte maravillado cómo es que con fuerzas y espacio y tiempo absolutos, o sea, con el núcleo metafísico -por decirlo en términos de Lakatos- de la teoría newtoniana podemos ir a la Luna y cómo entonces fuerzas y gemotrías euclídeas no iban a ser verdad; hay que responderle que son tan verdad estos conceptos como la figura de Géminis, o sea, son instrumentos ergonómicos que trae a la mano de forma fulmínea distintos saber-cómo inefables, o sea y termino, son entidades, las fuerzas y demás, útiles pero ya.

Otro tanto con los mapas, claro, de hecho, son ergonómicos pero tan falsos, que es más, si fueran ciertos y precisos nos pasaría como en el microrrelato de Borges, o sea, no nos podríamos ni mover.
¿Saben uds que, cuando vemos la televisión, estamos, en realidad, viendo un punto móvil, un punto que se mueve a tal velocidad que crea la ilusión de una imagen fija en nuestra mente? Supongamos ahora que tuviésemos un tipo de ojo diferente, un ojo que careciera de retención retiniana, de memoria. En tal caso miraríamos la pantalla del televisor y sólo veríamos el desplazamiento de un punto luminoso que no dejaría en nuestra mente rastro ni impresión de imagen alguna.

Página 29, del libro Taoísmo, de Alan Watts.

2 comentarios:

Leandro dijo...

Aporto una cita más de Borges:

Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra "The world and the individual" (1899), ha formulado la siguiente: “Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no este registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa; que debe contener un mapa del mapa del mapa, y así hasta lo infinito.”

("Magias parciales del Quijote", Otras inquisiciones, 1952)

Héctor Meda dijo...

Oh! Justo lo que buscaba, Leandro, si no te importa te plagio el citado y encabezo con ese mismo texto la anotación.

Muy a propósito de esta entrada, hace días escribí otra sobre la memoria, esta vez, sobre la memoria literaria, en donde venía a incidir también en que vemos a las personas cuanto nos deja ver nuestras capacidad de recordarlas y por tanto las estructuras memotécnicas que usamos. No sé si lo leíste y qué tal te parecio...

Como sea, una vez más, Borges haciendo emparejaciones imposibles como, en este caso, su querido infinito y su no menos manoseada memoria.