jueves, 22 de septiembre de 2011

Lecturas transversales de Confesiones de un joven novelista, de Umberto Eco (3/7)

Ahora, quiero dejar claro que no me estoy ocupando aquí de la ontología de los personajes de ficción. Para convertirse en sujeto de la reflexión ontológica, un objeto tiene que ser considerado como existente, más allá de cualquier mente, como es el caso del ángulo recto, que muchos matemáticos y filósofos ven como una especie de entidad platónica, queriendo decir que la afirmación de que "el ángulo recto tiene noventa grados" seguiría siendo cierta si nuestra especie desapareciera, y su verdad la aceptarían tambien los alienígenas del espacio exterior.

En cambio, el hecho de que Ana Karenina se suicidara depende de la competencia cultural de muchos lectores vivos; viene atestiguada por algunos libros, pero sin duda se olvidará si la especie humana y todos los libros desaparecen.

Página 81 y ss del libro Confesiones de un joven novelista, de Umberto Eco

¿A qué llamamos “paradigma de la información”?

Es una noción de conocimiento muy difundida culturalmente. Tiene sus orígenes filosóficos pero lo interesante es que se absorbe en la vida cotidiana, y se manifiesta en nuestros usos del lenguaje cotidianos. De algún modo suponemos que hay “hechos”, que son “objetivos”, más allá de las interpretaciones del sujeto del conocimiento. Ante estos “hechos”, el sujeto es pasivo: ellos “caen” en el sujeto, que es “informado” por los hechos y a su vez “informa” sobre los hechos. O sea que presuponemos que hay muchas ocasiones donde el conocimiento es un sujeto pasivo que recibe “datos” ante los cuales no queda otra que “informarlos objetivamente” o callar o mentir.

Claro, muestro horizonte cultural nos dice, también, que ámbitos de la vida humana donde la interpretación del “sujeto cognoscente” es fundamental: la literatura, el arte, la filosofía, la religión… Pero todo ello supone a su vez que si uno quiere ser “objetivo” entonces debe “poner entre paréntesis” esas “opiniones personales” y, nuevamente, ir a los hechos. Los hechos están dados, sobre todo, por números, cifras (hasta que alguien pregunta “qué es un número”…), “los datos de las ciencias”, los sucesos históricos incuestionables, los acontecimientos cotidianos, políticos y económicos (aquí la comunicación social y el periodismo tienen a la “objetividad” como un deber moral de su profesión)…. Y hasta en humanidades se considera a veces que hay “hechos”: ellos estarían representados por los textos, que “objetivamente señalan lo que un autor dice” más allá de nuestras opiniones sobre el autor, doctrina o lo que fuere…..

Sobre esta noción cultural tan afianzada se ha atrincherado una versión de verdad como correspondencia afirmada sencillamente como “correspondencia con los hechos”.

(...)

Logra conformarse así el siguiente paradigma:
1. Conocimiento es igual a información. Esto es, sujeto que recibe pasivamente los hechos e informa sobre los hechos.
2. La verdad es igual, por ende, a la correspondencia entre el mensaje informado y los hechos.
3. El lenguaje es “especular”: es locutivo: la sintaxis, la semántica y las palabras son un espejo, un reflejo de los “hechos”. La palabra “silla” es un espejo de la silla física.

Este paradigma sufre una crisis con tres “giros” típicos de la filosofía del s. XX: el giro hermenéutico, el giro lingüístico y el giro epistemológico. Los voy a exponer como habitualmente son interpretados.

El giro hermenéutico, que habría comenzado con Heidegger, podría estar representado fundamentalmente con Gadamer y sus “horizontes” desde los cuales pre-comprendemos el mundo. Ya no hay sujeto y objeto sino círculo hermenéutico, un sujeto que proyecta su horizonte desde ese mismo horizonte. Ya no habría objeto en el sentido habitual del término. El título del libro clásico de Gadamer, “Verdad y método”, contrapone el método de las ciencias positivas al conocimiento que se logra por la comprensión del acto de la interpretación. Gadamer es visto muchas veces como fuente de autores post-modernos, aunque él mismo se mantuvo distante de ello, como se puede ver por sus debates con Derrida.

El giro lingüístico, representado sin duda por el segundo Wittgenstein, destruye la concepción especular del lenguaje para sustituirlo con su noción de “juegos de lenguaje”, donde el lenguaje es acción: no “describimos cosas” con el lenguaje sino que “hacemos cosas” con el lenguaje. El lenguaje ya no es copia de un hecho objetivo, sino constitutivo de una forma de vida.

Finalmente, el “giro epistemológico”, representado por Popper y toda la filosofía de la ciencia post-popperiana en adelante (Kuhn, Lakatos, Feyerabend). Este es el que más sorprende, sobre todo porque afecta al núcleo de la creencia cultural todavía vigente de que las ciencias son las que se “salvaron” de la interpretación y la subjetividad humana. Con todas sus diferencias, estos autores aceptan la crítica central que Popper hace al inductivismo ingenuo de sus amigos neopositivistas, inductivismo que consistía en suponer que podía haber “observaciones” que sean “neutras” de nuestras teorías e hipótesis. Popper plantea claramente que las hipótesis preceden a la observación y la guían; que la “base empírica” es interpretada por nuestras hipótesis, y que la metafísica, incluso, ocupa un lugar central en la historia de las ciencias. Popper defendió luego enfáticamente su realismo ante lo que supuestamente sería el relativismo de Kuhn y Feyerabend, pero es obvio que después de él la ciencia ya no consiste en hechos que pasivamente se depositan en un sujeto llamado científico, sino en audaces hipótesis que ese sujeto plantea a priori de sus observaciones empíricas (que de “empíricas” ya tienen poco…..).

(...)

Esto es fundamental, porque la clave [para evitar un escepticismo atrofiante] está precisamente en sustituir la noción de mundo como cosa física por la noción de mundo como mundo de la vida, de la vida humana, inter-subjetivo, co-personal. Mundo es ante todo el conjunto de relaciones intersubjetivas en las cuales y desde las cuales conocemos. Para dar el famoso ejemplo de Schutz, “entendemos” si estamos en una conferencia, una ceremonia religiosa o un juzgado no por la disposición de sillas y escritorios, sino por las relaciones entre las personas que asignan roles, suponiendo una acción humana intencional. Si no tuviéramos in mente esos esquemas cognitivos fruto de nuestras relaciones intersubjetivas no podríamos “comprender” nada, como nos ocurre cuando “vemos” restos físicos de una civilización antigua y “no entendemos lo que vemos”. Lejos de llevar a cualquier relativismo, esto re-constituye la noción de conocimiento, realidad, verdad y certeza. El conocimiento no es entonces la relación de un sujeto pasivo a un dato objetivo, sino “vivir en”, “estar en” un mundo de vida y por ende “entender”: por eso el comprador o vendedor pueden entender lo que es un precio porque en su mundo de vida hay relaciones inter-subjetivas donde “se vive” el intercambio comercial, ya sea en Chichicastenango o Nueva Cork. La relación es “persona-mundo” y no “sujeto-objeto”. La realidad es ese mundo de la vida: es “real” que estoy comprando tal cosa, o escribiendo este artículo, o que el rector de la universidad me pide algo, etc. A partir de allí es que puedo “ver” a las realidades físicas como reales, cuando están insertas en un mundo de vida que les da “sentido”, en sus usos inter-subjetivos cotidianos: es real que el agua “sirve para beber y bañarnos”; y qué sea el agua sin ese mundo de vida, es algo humanamente incognoscible. La verdad, a su vez, ya no es la “adecuación con” un mundo externo, sino que, dado que “estoy en” un mundo de la vida (del cual no soy “externo”) puedo expresarlo sin mentir: la verdad es la expresión de un mundo de vida habitado. Y de esa expresión (ejemplo: “estoy en una reunión”) puedo tener “certeza” precisamente porque habito ese mundo.

[Y ahora,] Desde la fenomenología del mundo de la vida de Husserl, los tres “giros” aludidos no tienen sentido relativista.

La hermenéutica, el acto de interpretación, ya no es –como habitualmente se la entiende- “algo sobre algo”: la opinión adicional de un sujeto sobre un objeto (que puede ser un texto, una cosa física, una situación social). Interpretar ya no es la opinión sobre “el hecho” de que Adam Smith sea el autor de La Riqueza de las Naciones: interpretar es conocer, vivir en. La interpretación es, directamente, conocimiento como habitar, estar en, vivir en, ser en. Por ende entender que Adam Smith sea el autor de “La Riqueza de las Naciones” es ya interpretar, porque para entenderlo debemos “vivir en” un mundo de vida tal que nos haga ello comprensible. Los horizontes de Gadamer son los mismos mundos de la vida de Husserl, con un énfasis en su historicidad intrínseca.

Y por ende es obvio que el lenguaje no es copia de un mundo físico externo, sino un aspecto concomitante de un mundo de vida co-personal y por ende intrínsecamente hablado. Con nuestra acción humana vamos conformando los mundo de la vida, y parte de ello es el lenguaje como acción (...). No tiene nada de “idealista” que decir o no decir “buenos días” implique una diferencia en el mundo de vida que habito; y lo que suponemos “información” (acto “locutivo” del lenguaje), como por ejemplo “el baño está al fondo a la derecha” implica la decisión, la acción humana de suponer que ese aspecto de la realidad es relevante y que el otro tiene la expectativa de compartir esa misma relevancia. Los juegos del lenguaje de Wittgenstein son la expresión lingüística de los mundos de la vida de Husserl.

Finalmente, las hipótesis, los “paradigmas” científicos forman parte de los horizontes de los diversos mundos de la vida que habitamos. “Suponemos” que un cuerpo se cae por la gravedad con la misma naturalidad que el habitante del mundo de vida medieval suponía, con todo sentido, que un cuerpo cae porque tiende a su lugar natural, que es el centro de la Tierra. Newton en un caso, Ptolomeo en el otro: teorías, discursos, relatos que forman parte de los supuestos de nuestro mundo de la vida. Y que supongamos que Newton “es verdad” porque sirva para entender y calcular trayectorias (desde piedras hasta naves espaciales) es tan natural como al marino medieval le era natural suponer la verdad de Ptolomeo porque le servía para guiarse por sus viajes en el océano. Que tengamos razones filosóficas para suponer a Newton más cerca de la verdad que Ptolomeo no le quita a uno u otro su carácter esencialmente humano en cuanto a hipótesis interpretativas del mundo físico.

Página 27 del libro Conocimiento versus información, de Gabriel J. Zanotti (Y aquí el artículo entero luego recopilado en el libro)

9 comentarios:

Sierra dijo...

Ah, excelente resumen de la filosofía del siglo XX. Y entiendo la relación con la cita de Eco. Si no me confundo, era el mismo Gadamer quien decía que Shakespeare es un mejor autor ahora que en 1600, porque cuando ahora leemos Hamlet leemos también 400 años de lecturas de Hamlet que enriquecen el texto.

Pero, de los tres giros, es el hermenéutico el que más conflictos me provoca. Gadamer asume que hay una suerte de verdad subyacente en las obras de arte, la Historia y el lenguaje. Algo que debe ser entendido. Esto no puedo terminar de aceptarlo.

De cierta forma, creo que interpretar estas tres actividades humanas como si en ellas hubiese un contenido veritativo, es parecido a entender que estar las leyes fundamentales de la física tan adecuadamente "sintonizadas" para la vida humana es prueba de la existencia de un Dios que las planeó así en vistas a esa vida. ¡Es ridículo! Lo más que puede entenderse de las cosas es que suceden; lo demás es wishfull thinking.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Bueno, hay hechos y hechos. Lo importante es cómo de ÚTIL nos resulta TRATAR algo como "un hecho objetivo", y hay hechos que no tenemos más remedio, en la práctica, que tratar así: p.ej, que la materia a temperaturas que nos permiten vivir está formada por moléculas, que la tierra es muy aproximadamente esférica, que el electrón tiene la misma carga que el protón pero de sentido inverso, que Julio César estuvo en la Galia...
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Puede ser que uno piense que "en realidad" los hechos no existen, pero, ¿Es esto un hecho? O, como suelo decir, si uno es instrumentalista, y acepta por tanto que hay que aceptar aquella teoría que mejor nos funcione, entonces tiene que aceptar la visión realista de los hechos porque no hay ninguna que FUNCIONE mejor.

Héctor Meda dijo...

La verdad es que yo sólo he leído de segunda mano a Gadamer así que mucho no puedo opinar sobre él...pero desde luego su frase sobre Shakespeare es magnífica.

Sí que sucede, es cierto, que al parecer haber econtrado un hilo común en torno a la verdad a los tres giros parece principiarse una suerte de argumento antrópico pero yo, en este sentido, sería menos ambicioso respecto al concepto de verdad y simplemente señalaría como verdadero aquello que grosso modo tuviera una mayor portabilidad, v.gr, las teorías gravitatorias de Ptolomeo servían para navegar pero también las de Newton además de que con éstas se podía ir a la Luna pero también las de Einstein además de que con éstas se podían calcular desplazamientos más años luz distantes, etc.

Jesús,

Está bien razonada la última frase pero aquí podemos entrar en una cuestión de gustos nominales: si soy incapaz, como nos informa la tesis Dunhem-Quine, de aislar empíricamente ningún hecho (pienso en la crítica de Witti a la definición ostensiva: el decir "esto" ya presupone una precomprensión de lo que es "esto") entonces me parece absurdo insistir en algo (la existencia de hechos objetivos) cuya señalización es imposible, vamos, como insistir en el unicornio rosa invisble.

Caso ilustrador: yo puedo traducir un texto, pongamos Hamlet, al español y encajonar ese continuum literario en palabras castellanas pero, en tanto que no hay palabra castellana que unívocamente traduzca el texto inglés sino que siempre se necesita de otras para hacerse entender, podremos decir que Hamlet se deja expresar en castellano, cierto es, pero no es castellano porque no está compuesto de palabras castellanas.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Héctor,
Ciertamente no es un hecho objetivo algo así como "voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir", porque no puedes expresar exactamente lo mismo en árabe, y la literatura juega con ese tipo de matices, ahí está su gracia. Pero "Antoñito Camborio falleció de una puñalada entre las 15 y las 16 horas" es MUCHÍSIMO más fácil de traducir a cualquier lenguaje (al menos, a un lenguaje cuyos usuarios sean lo suficientemente benévolos). De modo que nos resulta CÓMODO Y ÚTIL llamar a lo segundo un "hecho objetivo". Lo importante es que lo de que una proposición exprese un hecho objetivo (o resulte apropiado TOMARLA como expresándolo) no es una cuestión de todo o nada, sino de grado.
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Por otro lado, no me parece que el hecho de que manejar un concepto presuponga que comprendemos el concepto, sea un argumento suficiente para concluir que CUALQUIER uso del concepto ya es irremediablemente no-objetivo. Al contrario: PARA lo que queremos conceptos es para PODER DECIR cosas, y hay usos MÁS correctos y usos menos correctos de los conceptos, y lo importante es que cuándo es correcto usar tal concepto de tal manera no depende sólo de nuestra voluntad (dicho de otra forma, QUEREMOS usar conceptos PORQUE el usarlos define un juego en el que podemos tanto acertar como equivocarnos, y en el que cuesta esfuerzo acertar; si no fuera PARA eso, ¿por qué íbamos a molestarnos en usar conceptos?).

Héctor Meda dijo...

Ambos convenimos que es "una cuestión de grado" y que "es útil y cómodo" hacer la distinción pero no menos conveniente es, y es lo que enfatizo, recordar el carácter arbitrario de discretizar ese continuum.

En el siguiente post, como se puede leer, cito a Philip Ball registrando un experimento científico que certifica cómo es nuestra mente la que rebautiza, en un momento dado y abruptamente, una determinada nota, esto es, cómo según va desafinándose gradualmente una nota hasta convertirse en otra, nuestro cerebro no respeta esa progresión gradual, y aunque se da cuenta de ella, se da cuenta del desafinamiento, digo, la consideración de que estamos en otra nota es, como dije, abrupta e irreversible -como el cubo de Necker que o se ve desde una perspectiva o desde otra.

Y eso pasa con el juicio de que "la luna tiene forma esférica" (que, como recuerdan Dunhem-Quine, presupone, por ejemplo, geometrías euclídeas) según va desfinándose en "la luna estaba ahora en el cielo como un gajo de naranja delicadamente pelado, aunque algo mordido" (Proust), pasa, repito, que también aquí ese continuum el cerebro no lo percibe sino que impone arbitrariamente la frontera -y es ahí donde polemizo con Eco: polemizo con el carácter ontológico que quiere darle a la frontera que, a la postre, la impone un cerebro intolerante (evolución mediante) con la ambiguedad.

Y así como -siguiendo con el experimento musicomental citado por Philip Ball- los músicos perciben más matiza e intensamente el desafinamiento de las notas -oído cocina- así también un pensador, conjeturo, debiera ser más perceptivo con aquellos condimentos que desobjetivan un hecho que sí, que en el caso de la esfericidad de la luna, por ejemplo, sería de tiquismiquis tener en cuenta pero para el caso del arbitraje de un partido de fútbol, otro ejemplo, sí que sería necesario tener en cuenta -y así un madridista, sin ir más lejos, debiera entender cuánto hay de sesgo en sus evaluaciones sobre arbitraje si cree en el villarato y a pesar de que lo que sucede en el campo, podríamos pensar a priori, son transparentes hechos visibles.

Es decir, y resumiendo, tu dices -si mal no me equivoco- que nos es útil y cómodo considerar objetivos ciertos hechos y que con esto no se pretende instaurar ningún tipo de ontología. Vale. Correcto. Pero lo que yo matizo es que esa consideración es narcoléptica y así como, insisto, no merece la pena discutir ciertos hechos -salvo que sea tenga ganas de pelear por pelear-, vale, el tener claro que hay siempre un background teoríco/cognitivo en la percepción de un hecho (v.gr: considerar falta tal entrada a tal jugador con tal camiseta) también es útil y conveniente y tal vez incluso más pues la esfericidad de la luna no genera desencuentros pero otros hechos más mundanos (y para algunos incuestionables) sí.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Héctor:
"no menos conveniente es, y es lo que enfatizo, recordar el carácter arbitrario de discretizar ese continuum."
Efectivamente es arbitrario, pero no ABSOLUTAMENTE arbitrario, porque no depnde de nosotros que algunas cosas resulten más fáciles de tomar como " hechos objetivos" que otras.
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En los ejemplos que pones, lo que se ve es que PRECISAMENTE no podemos poner las fronteras donde nos dé la gana, sino que en muchos casos SOMOS CONDUCIDOS INEVITABLEMENTE a ponerlas en ciertos sitios. Es Certo que eso no depnde SÓLO de las características "intrínsecas" de los hechos u objetos que contemplamos, sino también de las características OBJETIVAS de nuestro sistema nervioso.
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Lo que no entiendo es qué quieres decir con "narcoléptica"

Héctor Meda dijo...

No es absolutamente arbitrario en tanto que nos comuniquemos y por tanto presumiblemente nos estamos moviendo en un medio cultural y/o neurobiológico común que, por fuerza, debe homogeneizar ciertas prácticas cognitivas, no obstante, hay que recordar la inescrutabilidad de la referencia y el carácter asumido de nuestro entendimiento cuando señalamos los mismos hechos, esto es, en realidad la idea de que percibimos lo mismo es una hipótesis, en si misma útil, pero tampoco objetiva...

Y a eso me refería con el concepto de "narcoléptico", es decir, la asunción de que enfrentamos hechos objetivos que no necesitan de nuestra mediación cultural cognitiva es narcoléptica, es decir, acaba por adormecernos ante -cegarnos a- nuestra intervención en la elaboración de la percepción de esos hechos y, como caso ilustrador, me remitía, y vuelvo a remitirme, a lo peligroso de entender que determinadas jugadas de fútbol son hechos que uno percibe sin que le afecten los colores de su bufanda o las conspiraciones a las que se adhiere apriorísticamente.

A la postre la comodidad de asumir como objetivos ciertos hechos, asumir como válido, por cuestiones pragmáticas, el paradigma de información sólo es útil para triviales circunstancias. Pero con ello, sin embargo, e insisto, se entra en una dinámica (la de que hay hechos incuestionables sí o sí) conflictiva que olvida ciertas bases cultu/cognitivas que necesariamente tenemos que compartir: Caso extremo -e hipotético- sería el mar de Solaris, donde ni siquiera se sabe si hay comunicación, comunicación fallida, o incomunicación plena y de raíz.

Muy en tu línea (ahora me acordé) Russell se reía de Wittgenstein -cuando éste le decía a aquel que no existía ningún hecho empírico- invitándole a que le negara que no había un rinoceronte en el pasillo pero lo gracioso es que todo un Marco Polo, de haberlo visto en el pasillo, lo hubiera confundido con un unicornio porque tal era la concepción tenida en el medievo de lo que era un unicornio.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Héctor, no digo que no, pero igual de peligroso me parece el efecto narcótico de las teorías que intentan convencernos de que cómo es el mundo no tiene, ni puede tener, ningún efecto sobre lo que creemos o deberíamos creer.

Héctor Meda dijo...

Pero, Jesús, es que estrictamente hablando tales teorías sí son ciertas de igual modo que es cierto que nuestro sistema inmunitario (evolucionado en torno a un medioambiente real, sí, pero ciegamente) desarrolla ahora y desarrollará siempre sus funciones y potencialidades con absoluta indiferencia al estado real de la fauna vírica y/o bacteriana que haya fuera de su cuerpo y si algún día aparece un intruso irreconocible (no irreconocido, no sé si me explico) entonces lisa y llanamente el sistema inmunológico cascará porque, desde luego, dicho sistema no se adapta en tiempo real y visiblemente a lo que existe afuera.