martes, 20 de octubre de 2009

Apostilla a la neuroestética

Recientemente, el viernes para más señas, he comprado un libro que, aunque no he empezado a leerlo siquiera, ya me ha regalado una perla de lo más elocuente fruto de pasear primero por esa sección titulada "Indice analítico de nombres" que es toda una tentación para los lectores impacientes.

Cito Decir casi lo mismo de Umberto Eco cuando la página 381:
Wittgenstein se preguntaba qué sucedería si, una vez identificado el efecto que un minueto produce en los oyentes, se pudiera inventar un suero que, debidamente inyectado, ofreciera a las terminaciones nerviosas del cerebro los mismo estímulos producidos por el minueto.Observaba que no se trataría de lo mismo, porque no es el efecto de ese minueto lo que cuenta.

El efecto estético no es una respuesta física o emotiva, sino la invitación a mirar cómo esa respuesta física o emotiva está causada por esa forma en una especie de "vaivén" entre efecto y causa. La apreciación estética no se resuelve en el efecto que experimentamos, sino también en la apreciación de la estrategia textual que lo produce.

Esta apreciación implica, precisamente, también las estrategias estilísticas llevadas a cabo en el nivel de la sustancia. Que es otra manera de indicar, con Jakobson, la autorreflexividad del lenguaje poético.
Definitivamente lo que mejor describe el proceder neurocientífico en lo que a estética (y teología) se refiere es el aforismo de que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo.